No es Ernesto, es Jorge, sobrino del famoso escritor. Quizás no tan conocido en el ámbito público, pero sí un referente de alto nivel en el ámbito científico-tecnológico.
Ideador del subvalorado "Triángulo de Sábato", Jorge se destacó como físico y tecnólogo en el área metalúrgica en los años 60 y fue creador, junto con Natalio Botana, de un modelo de desarrollo político-económico que ponía a la investigación científico-tecnológica como herramienta clave para la transformación de una sociedad.
Hoy, al celebrarse el Día Nacional de la Vinculación Tecnológica, rememoramos y reivindicamos su idea: la ciencia no debiera ser un lujo académico, sino un motor para transformar la realidad económica, social y política de América Latina.
El conocimiento científico, si está alejado de las necesidades sociales y productivas, pierde sentido.
Sábato impulsó una visión profunda y transformadora: la investigación no debía ser un compartimento estanco ni un fin en sí mismo. En sus palabras y acciones, la ciencia estaba llamada a formar parte activa del proceso de desarrollo, no como mera observadora, sino como protagonista en la resolución de los grandes desafíos nacionales.
El modelo que propuso, conocido como el "Triángulo de Sábato", sostiene que la innovación en un país no se logra a partir de acciones aisladas, sino mediante la interacción organizada de tres actores fundamentales e indisociables:
- el Estado, como responsable de formular y ejecutar políticas públicas
- la infraestructura científico-tecnológica, presente en universidades e institutos de investigación, como generadora de conocimiento y tecnología;
- el sector productivo, como usuario y transformador de esa tecnología en bienes y servicios para la sociedad.
Esta rueda no funciona si alguno de estos ejes falta o está desconectado. Cada vértice necesita relaciones internas sólidas, pero sobre todo, vínculos fuertes y constantes con los otros. La colaboración y la coherencia entre estos sectores resultan esenciales para construir un desarrollo económico sostenible.
Desde esta perspectiva, la innovación no puede concebirse como un hecho aislado ni como un mero resultado de la investigación básica. El conocimiento científico y tecnológico no puede quedar recluido en laboratorios ni en políticas fragmentadas: es un proceso interactivo, basado en aprendizajes continuos y en el ida y vuelta permanente entre la ciencia, el mercado y las actividades productivas.
En la Argentina actual, el desafío de consolidar un sistema de innovación verdaderamente dinámico sigue vigente.
Existen avances que no pueden desconocerse: un sistema científico con profesionales de calidad y una trayectoria robusta, agencias de promoción y transferencia tecnológica, programas de vinculación universidad-empresa.
Sin embargo, persisten obstáculos estructurales:
- falta de continuidad en políticas de Estado
- desarticulación entre los sectores
- crisis de financiamiento
- escasa cultura de innovación en muchos espacios productivos
Sin una estrategia sostenida de articulación entre Estado, ciencia y empresas, la innovación se diluye en esfuerzos fragmentados. Cada actor, aislado, tiene un potencial limitado. La interacción es la clave que Jorge Sábato ya había señalado hace más de medio siglo.
Fortalecer esta interacción, respetando la naturaleza creativa de la investigación y promoviendo una estructura productiva capaz de asumir riesgos, es fundamental para que la transferencia tecnológica se convierta en un verdadero motor de desarrollo nacional.
La innovación es, en definitiva, un acto colectivo. Nadie se salva solo. Honrar a Jorge Sábato hoy no es solo recordarlo: es asumir su desafío como propio.
*Por Federico Parra, coordinador del Instituto de Tecnología (INTEC) de UADE