Contextos como los actuales, teñidos por una marcada incertidumbre y en condiciones en las que todas las actividades se han visto restringidas en su desarrollo, configuran una marcada crisis de múltiples aristas que encierran una serie de importantes desafíos para todas las personas y, especialmente, para aquellos líderes organizacionales que deben sostener la actividad en el marco de nuevas realidades.

Se trate de una empresa, una organización de la sociedad civil o un espacio gubernamental, la naturaleza de los imperativos del momento tienen de alguna manera implicancias muy similares: poder sostener la actividad y apuntalar los resultados que el presente permita alcanzar, sin descuidar una necesaria mirada prospectiva que siente las bases para la sostenibilidad de la organización de cara al futuro.

La conjunción de estos aspectos es de una magnitud desconocida para muchos, pero en definitiva, como suele decirse: es en la profundidad de la peor de las adversidades donde se pone a prueba la talla de los principales conductores.

Es claro que si la naturaleza del desafío a sobrellevar es sostener el presente y sembrar para el desarrollo futuro, cobra una importancia decisiva todo aquello que hagamos en relación a las personas que nos acompañan, que como nunca, representan el pilar central no solo de la supervivencia sino de un esperado horizonte de crecimiento y prosperidad.

En este sentido, aunque para muchos pueda parecer a veces un aspecto secundario, debe ocupar un lugar central en la agenda estratégica de todo conductor la necesidad de preservar a las personas y cuidar el desempeño de los equipos.

Muchos equipos de trabajo en estas circunstancias se han visto notoriamente mermados en su dimensión y desempeño, tanto por problemas organizacionales propios de la incidencia del contexto, como por aspectos propios de las personas y sus particulares circunstancias.

Es cierto que muchas organizaciones han tenido que afrontar un achicamiento forzoso y frente a esa situación, lamentablemente desprenderse de colaboradores valiosos (situación que en cualquier caso debería ser realmente el último recurso al cual apelar) y esto no solamente tiene un evidente efecto negativo de orden social, sino que presenta connotaciones negativas para el propio clima interno de la organización.

Esta última situación, sumada a las condiciones propias en las que se hubieren planteado las "nuevas formas de trabajo" conforma un espacio especialmente sensible para la gestión que debe operarse con la máxima pericia y extrema dedicación por parte de quienes tienen la responsabilidad de conducir.

Si repasamos rápidamente las condiciones generales que encontramos en el seno de cualquier equipo de trabajo, tendremos una diversidad de situaciones tanto de índole colectivo como individual que no podremos eludir y a las cuales debemos adaptarnos.

Dentro del primero de los aspectos señalados, podemos identificar como algunas de las más comunes cuestiones tales como:

En el campo de las condiciones individuales también deberemos considerar situaciones propias de cada integrante del equipo que afectan a la productividad general como consecuencia de:

Seguramente, dentro del equipo habrá también otras personas de rápida capacidad de adaptación y singular fortaleza mental que hasta inclusive podrán sorprendernos superando incluso su desempeño habitual.

Está claro que es sobre ellas sobre las que deberemos edificar los nuevos patrones de productividad, pero sería un error gravísimo olvidar el resto y dejarles de alguna manera "abandonados a su suerte", sobre todo si pretendemos que se constituyan en parte integrante del desarrollo futuro.

En medio de la tormenta, el buen capitán llega a puerto seguro con la totalidad de la tripulación y sin tener que echar a nadie por la borda. En todo caso, ya vendrá el tiempo de hacer análisis más mesurados y responsables en los momentos en los que "el mar vuelva a estar en calma".

Tolerancia, confianza, optimismo, respaldo, contención son actitudes básicas para consolidar un equipo en los malos momentos y es la plataforma de lanzamiento para reconstruir el camino hacia logros futuros.

Como nunca, un momento de crisis debe recrear la verdadera esencia del liderazgo y hacer que los conductores pongan por delante de cualquier otra prioridad aquellas funciones que son propias e indelegables de su rol: inspirar y motivar a las personas, formarlas, reforzar los vínculos entre ellas, comunicar con transparencia y firmeza la misión y valores de la organización (y convirtiéndose en su ejemplo en el mejor exponente de ello) y, por sobre todo, ser capaz de establecer una visión de futuro realista, pero embebida de la cuota de optimismo que las personas necesitan para fortalecer su autoestima y comprometerse a dar lo mejor de sí.

Cuando todo pase, las posibilidades de aquellos que puedan volver a recobrar el rumbo del crecimiento, sin dudas serán la más clara evidencia de liderazgos que han estado a la altura de las circunstancias, han sabido proteger a "su gente" y sembrar en cada uno de ellos el espíritu de la propia superación, requisito indispensable para la generación de cualquier resultado deseado.

*Fernando Grosso es decano de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Abierta Interamericana. Especialista en liderazgo, desarrollo de equipos y superación personal.  

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