El multimillonario, Jeffrey Epstein, de 66 años, acusado de montar una red de chicas menores que hacían masajes y actos sexuales en sus mansiones apareció ahorcado en su celda de Manhattan el pasado 10 de agosto. Cinco días después, el director de una de las instituciones más prestigiosas de Estados Unidos pedía perdón: "En mis esfuerzos para recaudar dinero para el MIT Media Lab, invité a Epstein a la sede y visité varias de sus residencias", escribía Joi Ito. Fue el principio de una debacle que marcará el futuro del MIT, según un artículo publicado en Elpais.com. 

La institución se enzarzó en un debate interno sobre si era aceptable aceptar dinero de ex pederastas, monarquía saudí, millonarios activos en política, etc. En septiembre, una ex empleada del MIT Media Lab, que lo había abandonado en 2016, recordó unos emails a los que aún tenía acceso. Allí, Ito pedía abiertamente dinero a Epstein y le exigía a sus colaboradores que anonimizaran sus transferencias. 

Ito había claramente disimulado su grado de implicación con Epstein en su primera disculpa y dimitió. Pero unos días después de la dimisión de Ito, se organizó una protesta en la universidad. El motivo era quejarse del modo en que el MIT había gestionado el caso: "Epstein mantenía sus relaciones con personajes poderosos mandándoles cheques a través de sus 'actividades' filantrópicas", decía el correo. Esos contactos le habían salvado de la cárcel una vez y los usaba para blanquear su imagen."

En esa lista de correo estaba Richard Stallman, el héroe del código abierto. Stallman respondió al correo de la protesta. En la convocatoria se mencionaba a otro héroe del MIT, Marvin Minsky, pionero de la inteligencia artificial, fallecido en 2016. En 2001 había ido a la mansión de Epstein en las Islas Vírgenes y, según una de las víctimas menores, había tenido relaciones con él. La chica tenía 17 años y Minsky, 73.

A Stallman no le gustó que se dijera que Minsky había "asaltado" a la chica. Y seguía: "Podemos imaginar escenarios, pero el más probable es que ella se presentara como completamente predispuesta". Es decir, que Minsky no tuviera que "asaltarla" porque la chica no se resistiera. Si la chica pertenecía o no a una red de explotación sexual de menores, a Stallman le parecía un asunto menor.

Esas palabras provocaron una explosión y Stallman renunció. Sus casos de piropos descorteses, flirteos insoportables, eran conocidos en el mundillo. El debate de fondo está en si su genialidad informática debe protegerle de su insoportable excentricidad. Cada cual puede pensar lo que quiera. Pero estos escándalos son solo los últimos de un sector que tiene asuntos por aclarar con las mujeres.

La tormenta en el MIT es un capítulo más en un reguero de casos que sobre todo desde hace unos años manchan empresas e instituciones tecnológicas. El activista estrella Jacob Appelbaum dimitió de su cargo en la organización centrada en privacidad Tor Project por varias acusaciones de violación y maltrato emocional. Appelbaum había colaborado con Julian Assange y Wikileaks. El caso que provocó el exilio en la embajada de Ecuador en Londres de Assange fue una acusación de violación en Suecia.

Google despidió con honores en 2014 a Andy Rubin, el creador del sistema operativo para móviles Android, a pesar de que se iba acusado de abuso sexual a una empleada. La revelación por el New York Times de este hecho en 2018 provocó las disculpas de Sundar Pichai, presidente ejecutivo de la compañía. En 2017 Google vivió otra polémica cuando un empleado, James Damore, escribió un informe interno sobre por qué las mujeres están menos preparadas biológicamente para ser programadoras.

En febrero de 2017, la ex ingeniera de Uber Susan Fowler publicó un post donde explicaba como en su primer día de trabajo su jefe se le había insinuado por mensajería interna. Tras comunicarlo a recursos humanos, la animaron a cambiar de equipo. Cuando Uber investigó las alegaciones, despidió a 20 empleados. También en 2017 una estrella del sector de la ciberseguridad, Morgan Marquis-Boire, fue despedido por varias acusaciones de violación de sus cargos en la Universidad de Toronto o la Electronic Frontier Foundation.

Las grandes conferencias de hackers han sido tradicionalmente focos de acusaciones de abuso y violaciones. "¿Puede #metoo cambiar la cultura tóxica de sexismo y acoso de las conferencias de ciberseguridad?", titulaba hace unos meses un medio digital estadounidense tras hablar con cerca de dos docenas de mujeres del sector.

El debate clave en todos estos casos no está en los límites de lo políticamente correcto sino en sus consecuencias para las mujeres que aspiran a ser ingenieras informáticas. No son bienvenidas. ¿Qué ocurre en un ambiente donde se somete a una minoría? Que los miembros con la piel menos dura de esa minoría huyan.

El autor del mítico libro Hackers, Steven Levy, escribió tras el caso Stallman: "Stallman está ahora más solo que cuando lo encontré hace 35 años. Pero no le llamaría el último de su estirpe. Más caerán mientras sigue avanzando la hora de la verdad"

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