Durante décadas, el éxito comercial se midió en ventas, márgenes y expansión. Pero este paradigma está empezando a quedarse corto.
Hoy las empresas más admiradas y sostenibles no son solo las que venden más, sino las que además de su crecimiento, generan un impacto positivo en sus comunidades.
El nuevo liderazgo empresarial entiende que el propósito no es marketing: es estrategia.
La marca ya no se construye sólo con campañas, sino con coherencia, valores y acciones concretas. Y esta transformación la están impulsando los talentos.
El vínculo entre propósito y cultura organizacional ya no es un intangible: se mide y tiene impacto directo en los resultados.
Estudios recientes lo confirman. El informe PwC Workforce Hopes & Fears 2024 muestra que el 79% de los empleados a nivel global afirma que el propósito de su empresa influye directamente en su motivación y compromiso diario.
A nivel local, Randstad Workmonitor 2023 indica que el 45% de los argentinos rechazaría una oferta laboral de una empresa cuyos valores sociales o ambientales no compartiera, mientras que el 34% declara tener intención de cambiar de empleo, evidenciando la importancia de construir entornos coherentes y motivadores.
En este sentido, construir una marca empleadora basada en valores y propósito social no sólo fortalece la reputación externa: enriquece la cultura interna, potencia la innovación y aumenta el orgullo de pertenencia.
Investigaciones de McKinsey & Company revelaron que, en empresas comprometidas con la diversidad, los empleados tienen un 152% más probabilidad de proponer nuevas ideas y un 62% más de colaborar con otros equipos, y las compañías con equipos diversos tienen 36% más probabilidades de superar a sus competidores en rentabilidad.
Además, la misma línea de evidencia demuestra que las compañías con una marca empleadora fuerte pueden disminuir su tasa de rotación hasta en un 28%.
En la Argentina, este cambio cultural halla un punto de encuentro entre la competitividad empresarial y la inclusión social. La empleabilidad juvenil —especialmente en jóvenes de barrios vulnerables— no sólo reduce brechas, sino que también inyecta talento, diversidad y compromiso a los equipos.
Fundaciones como EMPUJAR, que conectan a jóvenes con su primer empleo formal, muestran cómo estas oportunidades generan impacto real: el 58% de sus egresados lograron insertarse en empleos formales, transformando sus vidas y fortaleciendo la cultura de las empresas que los reciben.
Y es entonces donde se produce un escenario de beneficio mutuo. Las empresas que se animan a brindar oportunidades descubren algo poderoso: incluir transforma, pero también potencia.
Experiencias concretas como las de Fundación EMPUJAR demuestran que cuando las empresas incorporan a sus egresados, se fortalece la diversidad de perspectivas, el compromiso de los equipos y la capacidad de innovar, cerrando el círculo virtuoso entre propósito, talento e impacto social.
Abrir la puerta a jóvenes que históricamente enfrentan barreras de acceso al mercado laboral no sólo genera impacto social, sino que consolida una cultura de innovación y apertura.
Esa actitud, coherente con los valores corporativos, se proyecta naturalmente hacia el mercado, atrayendo a profesionales que valoran entornos donde el propósito se traduce en acción. En contextos complejos, esa diferencia cultural se traduce en resiliencia y creatividad. El propósito, entonces, no reemplaza al negocio: lo fortalece.
Las empresas que adopten este enfoque no sólo atraerán y retendrán el mejor talento, sino que marcarán un nuevo estándar de éxito: aquel que se mide por el impacto positivo que generan en sus equipos, en la sociedad y en las nuevas generaciones que comienzan su camino laboral con oportunidades reales.
*Por Belén Repetto, Intermediación Laboral – Fundación EMPUJAR