El rapero Travis Scott sorprendió a sus fans dibujando en el escenario un código QR que conducía a un link de Spotify. Sin embargo, in año antes la artista catalana Joana Moll criticó que las corporaciones hayan aprovechado la pandemia para vender nuevos dispositivos.

Esas dos actitudes aparentemente antagónicas, beneficiarse de las últimas tecnologías o cuestionarlas, conviven en la relación que cada persona tiene con su teléfono celular. ¿Es posible abandonar la firma analógica, el dinero físico, los documentos en papel? ¿Tienen que ser la mayoría de las interacciones, por defecto, digitales? Los códigos QR (Quick Response Code o Código de Respuesta Rápida) se consolidaron como un puente entre el viejo y el nuevo mundo, entre el físico y el virtual.

Según estudios, el 55% de los estadounidenses usan códigos QR porque reducen el riesgo de contagio. Desde su invención en 1994 la tecnología esperaba más de veinticinco años el momento para ofrecer sus respuestas y el COVID-19 le dio esa oportunidad. Pero a menudo las soluciones de la actualidad se convierten en nuevos problemas pasado mañana. 

Los códigos QR se usan en todo tipo de situaciones

Más aislamiento

Contribuyen a que sean cada vez mayores el aislamiento humano y la brecha digital. Como tantos otros hábitos tecnológicos de los últimos años, los códigos QR fueron normalizados sin debate, reflexión o formación previos. Antes de descargarse una nueva aplicación, antes de ingresar en una nueva red social, los usuarios deberían investigar a fondo sobre ellas y pensar en sus consecuencias.

Las personas son víctimas del solucionismo tecnológico que denunció, entre otros, el ensayista bielorruso Evgeny Morozov. Esa nueva ideología global, surgida de Silicon Valley, afirma que todos los problemas de la humanidad pueden solucionarse con algún tipo de sistema o artefacto tecnológico que por lo general prescinde de las superficies físicas, desde la piel hasta el papel.

La conexión sin cables, a través del wi-fi o de bluetooth, ya era parte de la vida cotidiana antes de la pandemia. Siguiendo esa lógica inalámbrica y sin contacto, la tercera década del siglo va a asistir a la implementación del internet de las cosas, que supondrá la conexión entre objetos, electrodomésticos y dispositivos a través de sensores y diversos tipos de códigos (como el de barras o el propio QR). Se va a ir creando una serie de relaciones tecnológicas a distancia que alejarán más a las personas. 

Sacrificio

Frecuentemente al acercar el lector del celular a un código QR o cuando alguien escanea el propio, se comparten datos. Se sacrifica privacidad para estar a salvo del contagio y como recuerda el ensayista y profesor Carlos A. Scolari, los interfaces no son transparentes y su diseño y su uso son prácticas políticas. 

Los lectores ópticos, como las aplicaciones, las redes sociales o los motores de búsqueda, acostumbran a las personas a leer e interpretar el mundo de un modo muy determinadoque favorece el poder de las grandes corporaciones tecnológicas y perjudica el tejido social.

La extensión de la pandemia incrementa la separación corporal. Amazon y otros grandes del e-commerce siguen ganando penetración y poder. Las criptomonedas no engañan: su propio nombre confiesa que su intención es volver la realidad más críptica.

Por primera vez en la historia las transacciones económicas cotidianas no tienen relación con objetos, son puramente datos. Todo se hace cada vez más intangible y abstracto.

En un mundo en el que se usa cada vez menos papel los códigos QR se extendieron tanto en el ámbito informal (los menús) como en el burocrático (certificados y transacciones). Son los interfaces que conectan el presente con un futuro cercano en que habrá mucho menos contacto físico. Paradójicamente, la hiperconexión macro y global está provoca una desconexión en el ámbito más cercano.

La extensión de la pandemia incrementa la separación corporal

División

Existe una división entre la aceptación y el rechazo de la gran cantidad de soluciones que ofrecen las apps de un celular. Ante el dilema, merece la pena recordar que lo nuevo no es necesariamente mejor que lo tradicional.

Hay que preguntarse, en cada caso, qué es lo que realmente conviene. Las soluciones pueden convertirse en nuevos problemas. ¿De qué vivirían, en un mundo sin monedas, quienes mantienen a sus familias con limosna? Si todo se sigue digitalizando ¿cómo se puede evitar la discriminación de las personas que no puedan adaptarse por motivos de edad?

Los códigos QR viven su edad de oro durante la pandemia. Funcionan como un puente entre los dos mundos en estos tiempos de crisis y son los conectores y los signos de puntuación de la nueva sintaxis tecnológica. Una sintaxis que acostumbra a las personas a no usar billetes ni papel, a no tocar y a no tocarse a sí mismo. 

Por eso lo más inteligente tal vez sea evaluar, en cada ocasión en que pidan usar esa tecnología y las de su familia contactless, si es necesario optar por la integración o por la resistencia. Por el sí o por el no, según plantea un artículo del sitio Yahoo! Finanzas.

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