Los más observadores seguramente se han sorprendido con un fenómeno cada vez recurrente: encontrar personas comprando o realizando trámites en horario laboral (huelga decir, nos referimos a aquellos en plena edad laboral). Lo cierto es que el Homeoffice es una realidad cada día más evidente, con visos de ser creadora, liberadora e identitaria.

Y fue la tecnología la que en buena medida permitió que el trabajo dejara de ser concebido como una carga pesada, constituyéndose en una auténtica posibilidad de realización humana, confundiéndose incluso con el tiempo libre.

No obstante, este concepto no quedo libre de problemas en las nuevas economías. Muchos gurúes derrotistas encuentran buenas razones para pensar que hará estragos a los puestos laborales, no logrando desarrollar nuevos con la misma tasa de natalidad.

En el pasado no era difícil saber qué era necesario para ser calificado como un buen trabajador: bastaba con no faltar y evitar llegar tarde, obedecer las normas y respetar a su jefe hasta lograr la dorada jubilación.

Hoy todo es más difuso: en muchos casos no hay oficinas y lo más probable es que se reporte a una persona que puede no hablar el mismo idioma, vivir en el mismo país, o más extremo aun: todo lo anterior sumado a no conocer siquiera su rostro.

Así, sin horarios ni lugares físicos, la persona se transforma en un proyecto y una entrega en tiempo y forma acordados, lo que resulta desde luego un tanto deshumanizante. Es tan aislante desarrollar todas las actividades desde el hogar (y aun así difícilmente conocer a los vecinos) que no son pocos los que necesitan sus espacios de co-working.

Se dificulta separar el entorno personal del laboral (particularmente en los espacios cada vez más reducidos que las nuevas viviendas proveen –solo por mencionar un ejemplo, el nuevo código de edificación aprobado por Legislatura porteña posibilita viviendas de tan solo 18 metros cuadrados–, los fines de semana de los horarios laborales y la hiperconectividad se encargó de hacer trizas el sentido reparador y recreador de las vacaciones.

Puede incluso no haber superior ni empresa: muchos son los que generan sus propios emprendimientos, tendiendo a cero aquellos que llegan a la edad jubilatoria en una misma empresa o puesto de trabajo.

Así, y dado que lo más probable es que lo que paga tus cuentas hoy o mañana pueda ser realizado por un robot, la reingeniería de la marca personal se transforma en la única constante, y el esfuerzo por la reinvención personal su único idioma, exigiendo su estructuración en un proyecto de vida que además resulte satisfactorio.

¿Les parece exagerado? Un dato que seguramente los dejara helados: de acuerdo al Banco Mundial, el año 2019 nos dejó 1,4 millones de nuevos robots industriales, elevando el total a 2,6 millones en todo el mundo. Claramente, la escalada es geométrica.

Este es solo un ejemplo de cuán profundos son los cambios tecnológicos, que hoy imponen reflexionar acerca de los vínculos sociales históricamente construidos entre distintos aspectos de la vida y la tecnología: cómo estos se recrean, contrastan y nos afectan en el quehacer cotidiano, con ella las creencias y estéticas sociales, en un marco de instituciones desdibujadas.

Seremos recordados como la generación que vio nacer Internet, y también como aquella que vivió, sufrió y se reconfiguró en la cuarta revolución industrial, entretejido en un combo entre la inteligencia artificial, la automatización de datos (o Big data) a través de sensores, algoritmos predictores y su uso a través de learning machine. Inevitablemente, transformará todos y cada uno de los aspectos de nuestra vida. Y esto solo comenzó.

Por todo esto, les propongo un espacio para reflexionar en esta columna, los aspectos psicológicos asociados a estos desafíos, a fin de encontrarnos mental y emocionalmente más preparados para abordar exitosamente la amplia gama de alternativas y posibilidades que la tecnología ofrece.

* Ana Alejandra Fuentes Cuiñas es profesora asociada de la carrera de Comercialización en UADE

Te puede interesar