El 2025 fue un año marcado por la incertidumbre, donde el combo de desaceleraciones intermitentes, tensiones geopolíticas y cambios en la política monetaria de los principales bancos centrales llevó a los inversores a mantener un frágil equilibrio entre activos volátiles y tradicionales.

En ese escenario, el Bitcoin, el oro y la plata cumplieron una función diferente en la estrategia de los inversores.

Bitcoin: volatilidad y adopción institucional

La principal criptomoneda del mercado vivió un año de fuertes oscilaciones. Alcanzó máximos históricos por encima de los u$s126,000 a mediados de 2025, impulsada por el ingreso de capital institucional y un clima de optimismo.

Sin embargo, hacia fin de año retrocedió por debajo de los u$s90,000, reflejando su sensibilidad a los cambios en el ánimo del mercado.

El interés institucional, los debates regulatorios y la relación con otros activos de riesgo definieron su evolución: cayó en la aversión global y subió con liquidez. De cara a 2026, los analistas proyectan:

Oro como refugio ante la incertidumbre

Este fue un gran año para el oro, superando u$s4.300 por onza, con un incremento superior al 60% anual. Su comportamiento fue ordenado y con retrocesos limitados, fortaleciendo su  rol de activo defensivo en tiempos de incertidumbre.

Su avance estuvo impulsado por la demanda de bancos centrales, la expectativa de bajas de tasas y la inestabilidad geopolítica. También influyó el acceso a través de productos tokenizados, que amplió la participación de inversores.

Proyecciones para 2026:

Plata: impulso industrial y atractivo financiero

La plata subió cerca de 90% en 2025 y rozó los u$s70 por onza. Al ser un mercado reducido y sensible a la oferta y la demanda, el metal mostró mayor volatilidad que el oro.

El metal creció por el uso industrial -energía solar, electrónica y nuevas tecnologías- mientras que la producción minera quedó rezagada, generando déficits. También atrajo a inversores como inversión de refugio.

Que pasará en 2026:

Durante 2025 cada activo se movió a su propio ritmo en un mismo entorno global y, de cara a 2026, el desempeño de los tres dependerá de la evolución de la economía mundial, las decisiones de política monetaria y la confianza de los inversores.

Atender a estos factores será clave para anticipar escenarios y definir estrategias de inversión diversificadas.

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