Es bueno que sirvan vino en la Web Summit, la gigantesca fiesta tecnológica que se celebra cada año en Lisboa. Algunas cosas son difíciles de entender estando sobrio. La reunión celebrada del 4 al 7 de este mes contó con un ring de boxeo de tamaño casi real en el que se invitaba a los fundadores de startups a dejar KO a los inversores con sus presentaciones. Cerca había un unicornio de plástico montable sobre un zócalo elevable que elevaba a los jinetes por encima de los 70.000 inversores, empresarios y aprovechados reunidos.

Tal exuberancia puede ser un signo de arrogancia, dado el daño que han sufrido este año tecnológicas otrora favoritas del público. Uber y Slack han caído tras salir a Bolsa, mientras que WeWork casi colapsó después de fundir más de 10.000 millones de dólares en su objetivo de "elevar la conciencia del mundo". El mensaje de Lisboa era que tales fracasos son un saludable golpe de realidad y no un grave revés.

Es simple. Inversores de riesgo, repletos de efectivo después de una década de dinero fácil, han invertido demasiado en startups con la esperanza de encontrar la nueva Amazon, Facebook o Netflix. Ahora están atrapados en compañías sobrevaloradas y sobrefinanciadas, poniendo en peligro los beneficios de las familias ricas, los fondos soberanos y las instituciones cuyo dinero administran. El mayor culpable es Masayoshi Son, cuyo SoftBank, con su fondo Vision Fund de 100.000 millones, respaldó la rápida expansión de Uber y WeWork sin mucha evidencia de que pudieran llegar a ser financieramente autosuficientes.

Hay pruebas que apoyan este relato. Los datos de PitchBook muestran que la potencia de fuego promedio de los fondos de riesgo de EE UU se ha duplicado desde 2013, hasta cerca de 200 millones.

Según Pitchbook, la mediana de la inversión de riesgo en etapas avanzadas de EE UU en la primera mitad de 2019 fue de 1,6 veces la valoración anterior. El llamado múltiplo de incremento fue de 1,4 el año pasado y de 1,3 en 2017. Los unicornios (tecnológicas de más de mil millones de dólares) tienen una valoración total sobre el papel de unos 600.000 millones en EE UU. La preocupación es que los fondos de capital riesgo tengan dificultades para sacar dinero a esos precios, lo que hace que la debacle de WeWork presagie un sufrimiento más general.

Como era de esperar, el consenso en Lisboa fue diferente. En casi una década, la conferencia (primero celebrada en Dublín) ha crecido hasta llenar un recinto con capacidad para 20.000 personas y cuatro pabellones del tamaño de un campo de fútbol. El evento de este año contó con la presencia del presidente de Microsoft, Brad Smith, y de Steve Schwarzman, fundador de Blackstone, que compartieron escenario con estrellas emergentes como Daniel Wiegand, cuya Lilium Aviation está desarrollando un taxi volador eléctrico.

En las mesas redondas, los capitalistas de riesgo y los empresarios enfatizaron que SoftBank no es representativa. Invierte por lo menos 100 millones en cada startup, 10 veces el tamaño medio de las operaciones en fase avanzada de 2018.

La afición de Son por apoyar firmas más establecidas significa que la mayoría de las veces tiene que hacer caja mediante una salida a Bolsa. El grupo japonés, que la semana pasada reportó una pérdida operativa trimestral de 6.500 millones de dólares, es por tanto más sensible a los giros bursátiles que inversores en fase inicial como Balderton, Fusion Fund o White Star.

Además, las 80 compañías que componen la cartera de Vision Fund no comparten el mismo espíritu de crecimiento a toda costa. Por ejemplo, OakNorth, el rentable banco de pymes con sede en Reino Unido que vende tecnología de evaluación de crédito a entidades de todo el mundo. O la web brasileña de alquiler de propiedades QuintoAndar, cuyo cofundador Andre Penha está pensando en la expansión internacional, pero solo si tiene sentido económico. Es difícil imaginar al fundador de WeWork diciendo eso.

La generación actual de startups tiene ventajas que ayudan a respaldar valoraciones espectaculares. Los fundadores están atacando nuevos mercados fuera de los campos tecnológicos tradicionales de la publicidad en internet y el comercio electrónico. Prestamistas online con sede en Londres, como Revolut y Starling Bank, están atrayendo a clientes de los mayores bancos de Europa, a menudo explotando que la regulación de los servicios financieros de la UE esté menos fragmentada que en EE UU.

Otros, como la firma de software SnapLogic, están encontrando nuevas y más baratas formas de realizar los trabajos aburridos de back office que consumen a los departamentos tecnológicos.

Las startups de hoy pueden acceder a servidores online de bajo costo como los de Amazon. Unos pocos programadores talentosos pueden desarrollar un producto que luego usarán las mayores firmas del mundo. El capital riesgo paga después al personal de ventas que engancha a los clientes.

Los fondos de capital riesgo tenían unos 240.000 millones de capital no invertido en 2018, según Preqin. Esa cifra probablemente sea más alta ahora. Los atractivos mercados de Bolsa han hinchado las carteras de grandes fondos patrimoniales y de pensiones, alentándoles a destinar más efectivo a inversiones alternativas. Incluso si algunas valoraciones están un poco estiradas, la cantidad de dinero que corre por la industria tecnológica proporcionará un colchón.

En todo caso, los problemas de alto perfil de WeWork podrían incluso mantener a raya las valoraciones y evitar que los jefes de las tecnológicas se alejen demasiado de la realidad. Esto evitará que las nubes que se ciernen sobre la sede central del Vision Fund en Londres se desplacen a Lisboa el año que viene.

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