En 1948, Joseph Woodland, un estudiante de posgrado del Instituto Drexel en Filadelfia, Estados Unidos, buscaba alguna manera de acelerar el pago en sus tiendas automatizando el tedioso proceso de registrar la transacción

En una visita a sus padres en Miami Beach, se sentó en la playa a pensar, mientras jugaba distraído con la arena, dejándola caer entre sus dedos. Cuando su mirada se posó en los surcos y crestas que su juego había dejado en la arena, se le ocurrió que así como el código Morse usa puntos y líneas para transmitir un mensaje, se podían usar líneas delgadas y gruesas para codificar información. 

Una diana con rayas de cebra (como las que se usan para el tiro al blanco) podían describir un producto y su precio en un código que una máquina pudiera leer. Con la tecnología de la época era posible realizar la idea, pero era costoso. 

No obstante, el avance de las computadoras y la invención de las máquinas de rayos láser la hizo más realista. A principios de los años 70, al ingeniero de IBM George Laurer se le ocurrió que un rectángulo más compacto que la diana y desarrolló un sistema que usaba láseres y computadoras tan rápido que podía procesar bolsas de productos con sólo pasarlas sobre el escáner.

En septiembre de 1969, miembros del comité de sistemas administrativos de la Asociación de Fabricantes de Productos Alimenticios (GMA por sus siglas en inglés) se reunieron con sus equivalentes de la Asociación Nacional de Cadenas de Alimentación de Estados Unidos (NAFC por sus siglas en inglés).

Tomó años de delicada diplomaciahasta que finalmente la industria estadounidense de alimentos acordó un estándar para el Universal Product Code o Código Universal de Producto (UPC).

En junio de 1974, en la caja de pago del supermercado Marsh de la ciudad Troy en Ohio, una asistente de caja de 31 años de edad llamada Sharon Buchan escaneó un paquete de goma de mascar Wrigley's, registrando automáticamente el precio de US$0.67. La venta del chicle fue la presentación en sociedad del código de barras.

Se tiende a pensar en ese rectángulo con líneas como una mera herramienta tecnológica para ahorrar dinero: le ayuda a los supermercados hacer sus negocios más eficientemente pero hizo mucho más: ese código de barras cambió el equilibrio del poder en la industria alimentaria. A medida que pasaba el tiempo se fue haciendo evidente que el código de barras iba a inclinar la balanza a favor de cierto tipo de comerciante. Para los negocios familiares pequeños, adoptar el sistema era una solución cara a problemas que realmente no tenían.

Por su parte, los grandes supermercados podían contrarrestar el costo de los escáneres pues vendían muchos más productos. Y las ventajas eran múltiples: las filas eran más cortas en las cajas; el inventario más fácil de hacer; evitaba los robos que una caja manual facilitaba y, en una década de alta inflación en EE.UU., el código de barras les permitía cambiar los precios de los productos sin tener que etiquetar cada ítem.

La marquilla blanca y negra se tomó la industria minorista y, con ella, los grandes supermercados se expandieron en los 70 y 80. Con la posibilidad de automatizar el inventario y hacerle seguimiento, el costo de ofrecer una amplia gama de productos se redujo. Las tiendas en general y los supermercados en particular empezaron a vender desde flores hasta aparatos electrónicos.

Manejar una operación diversa y logísticamente compleja a gran escala se había vuelto mucho más sencillo gracias al código de barras. Quizás la más alta expresión de ese gran cambio llegó en 1988, cuando la tienda de departamentos de descuentos Wal-Mart decidió empezar a vender comida. Esta firma fue una de los primeras en adoptar el código de barras y ha seguido invirtiendo en logística y administración de inventarios computarizada de punta. 

Los amantes de la tecnología celebran con razón el momento de inspiración que tuvo Joseph Woodland cuando jugaba lánguidamente con sus dedos en la arena.

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