Hace 15 años, el estudiante de secundaria Fernando Sanz dedicó parte de su tiempo libre para diseñar un foro, uno de los formatos de sitio web más usados por esa época.

Durante esas tardes que pasaba sentado frente a la computadora nunca imaginó que su sitio sería uno de los más visitados de la Argentina. Tampoco sabía que el nombre de su proyecto era el de una ciudad australiana, algo que descubrió por uno de los usuarios del sitio: Taringa!.

Mucho menos esperaría que su foro iba a recibir importantes ofertas de dos pesos pesados de la Argentina y uno del exterior. De haberlo sabido, no hubiera aceptado los u$s5.000 que le ofreció un trío de amigos: los hermanos Matías y Hernán Botbol y Alberto Nakayama.

Desde entonces, este triunvirato, también socio en el servicio de hosting Wiroos, logró que la empresa creciera a un ritmo vertiginoso y fuera punta de lanza en Latinoamérica de la Web 2.0, una Internet donde el usuario toma control de los contenidos: no sólo los consume, también los produce.

El timing fue perfecto: Taringa! se hizo grande antes de la explosión de Facebook y Twitter en la región e incluso plantó batalla a otras propuestas locales que intentaron replicar ese modelo, como Sonico. Así, se convirtió en la red social más importante de Latinoamérica.

El sitio tenía destino de unicornio. Tanto Clarín como La Nación ya habían descubierto su potencial y hasta acercaron propuestas millonarias para quedarse con la empresa, recuerdan fuentes del ecosistema emprendedor local.

Los dos medios más importantes de la Argentina estaban en plena fase de motorización de sus negocios digitales. Especialmente Clarín, que había lanzado una oferta inicial de acciones en la Bolsa de Londres por el 20% de su capital y probó suerte con "clones" de productos que tenían éxito en EE.UU., como VxV (de Youtube) y UBBI (de Google), entre otros.

Nasper, el holding sudafricano que posee el 95% del unicornio argentino OLX, el sistema de pagos PayU y varios medios de comunicación en su país natal, fue otro de los que envío una propuesta. Y también se fue con las manos vacías.

Taringa! no paraba de crecer. Hasta la prestigiosa revista Wired aseguró en 2012 que era el noveno sitio más popular de la Argentina y uno de los 20 destinos web más importantes en otros 14 países latinoamericanos.

Los Botbol y Nakayama sabían que su empresa debía convertirse en algo más que una web dentro de un multimedio.

Soñaban un futuro grande que –tal como descubrieron años después– fue interrumpido aquella tarde de 2009, cuando llegó la notificación judicial al edificio de estilo francés de Santa Fe y Callao.

El juicio que duró 9 años

El documento advertía que la Cámara Argentina del Libro y varias editoriales denunciaban a Taringa! por violación a la ley de propiedad intelectual, argumentando que los usuarios compartían obras sin consentimiento de sus autores.

En 2011, el caso tomó estado público y el sitio web comenzó a ser cada vez más nombrado en los medios. Ya no se trataba de la inspiradora historia de tres amigos que triunfaban en Internet, sino que había tomado un matiz policial: el procesamiento de los dueños de la red social argentina.

Así, la industria de los contenidos tradicionales y digitales se enfrentaban en una corte. Por un lado, las editoriales aseguraban que el sitio web permitía compartir material protegido por copyright; por otro, Taringa! se defendía afirmando que sólo eran intermediarios.

En diciembre de ese año, otro golpe sacudió a la firma: ante la denuncia de Universal Pictures, Warner Brothers y 20th Century Fox, el FBI comenzó una persecución contra MegaUpload, servicio que permitía guardar archivos en la nube y compartirlos mediante un link.

Así, dejaba de estar online el servicio preferido para intercambiar material en Taringa!, que parecía tener a todos los planetas alineados en su contra.

Lo emprendedores trabajaron contrarreloj en herramientas que permitan denunciar y dar de baja contenidos que estuvieran protegidos por el copyright. En 2012, la Cámara Argentina del Libro se bajó de la denuncia, pero el resto de los querellantes se mantenían en la causa.

Ese mismo año, Facebook anunciaba la apertura de su oficina en la Argentina para motorizar su negocio publicitario a nivel local. Meses después, Twitter designó a la empresa IMS como su representante comercial en el país. Los ingresos de Taringa! decrecían.

"Nos afectó en un montón de aspectos porque estábamos siendo observados y nos limitaba para seguir creciendo. Había desconfianza de los anunciantes y de los inversores", confiesa Matías Botbol a iProUP.

– ¿Y si vendemos la compañía?

– Sí, pero ¿a quién con el juicio que tenemos encima?

– Algo tienen que valer nuestros 10 millones de usuarios activos…

– Ya nos está costando vender publicidad por las acusaciones de piratería

– Sí, no da venderla, La vamos a terminar regalando

Esa charla se habría repetido más de una vez en las oficinas de la compañía, aunque sus fundadores lo negarán una y otra vez.

"Las empresas se compran, no se venden", asegura Matías Botbol, quien se "puso al hombro" la operación de Taringa! contra viento y marea.

Si bien 2009 les había presentado el principal desafío en la historia de la empresa, también les había mostrado una salida. Había nacido Bitcoin, que proponía una descentralización del dinero en Internet a través de la Blockchain.

"Tenemos que apostar a esta tecnología", afirmaron sin dudar. Así, podían descentralizar la circulación de contenidos y compartir las ganancias con los usuarios.

Esto les ofrecería un alivio judicial, pues dejarían de ser intermediarios, sino que irían hacia un ecosistema autosustentable, en el que los usuarios tengan incentivos económicos para crecer más la comunidad.

"Blockchain cambiará la transferencia de valor, que empieza a estar en mano de las personas y no un tercero. Estas tecnologías sacan a los intermediarios y es un valor que se puede intercambiar entre las personas, sin intervención de nadie", afirma Botbol.

Esto quisieron poner en práctica con el libro de Taringa!, en el que recopilaron las mejores publicaciones del sitio y cuyas regalías donaron a la ONG TECHO a falta de una forma automática de repartir ganancias entre los autores. Todo esto, también en el fatídico 2009.

Cripto, la solución

En 2014, la editorial Rubinzal y Asociados se bajaría de la demanda, imitando la decisión del resto de los querellantes salvo uno: la discográfica Magenta. Ese mismo año, un argentino era noticia en Silicon Valley por un emprendimiento "cripto".

Se trataba de Wenceslao Casares, exfundador de Patagon, una plataforma de inversiones que se vendió a Santander en 2000 por u$s750 millones. Ahora, "Wences" había creado Xapo, una especie de caja fuerte ultrasegura de monedas digitales.

"En 2015 lanzamos Taringa! Creadores, que fue la primera integración con blockchain donde el Bitcoin era un método de pago. Junto a Xapo, podíamos pagarle a alguien en cualquier parte del mundo, sin costo de transacción ni límite, algo que hasta ese momento era imposible fuera del sistema bancario", afirma a iProUP Matías Botbol.

Se trató de un caso piloto que le sirvió a la empresa para conocer la dinámica y escalar el proyecto. En 2017, comenzaron a experimentar con contratos inteligentes (smart contracts), también basados en blockchain.

Con esta herramienta, ante ciertas "cláusulas" (publicación de contenidos, posteo de comentarios, moderación de contenidos, etcétera) se disparan acciones, como la posibilidad de asignar remuneraciones a cada usuario en base a su aporte a la comunidad.

"Más que cambio de modelo de negocios, cambió el uso de Taringa!: que deje de ser una empresa propietaria de una plataforma social, se descentralice y los dueños sean los usuarios que generan la plataforma", señala Botbol.

En 2018, Magenta también quitó su demanda y cerró el caso. Pero el plan de Taringa! seguía en marcha: pasar de utilizar un hosting, que requiere una fuerte inversión para soportar el alto tráfico de usuarios, a llevar la red a una blockchain.

Para ello, se unieron a DAO. Así, el poder de cómputos residiría en los propios taringueros, al igual que el control de la red, y recibirían una remuneración por sus aportes en la moneda DAI, que tiene paridad con el dólar.

"No está basado en un tarifario o precio por posteo. Hay un algoritmo y exploraremos los motivos, que no tienen que ver con lo económico, sino con la pasión y el interés. Depende de cómo la comunidad lo vaya decidiendo", comenta a iProUP el presidente y cofundador de la Fundación Taringa! Network, Ignacio Roizman.

En esa búsqueda en el mundo cripto, comenzó la relación con la firma IOVLabs, encabezada por el argentino Diego Gutiérrez Zaldívar, cofundador de la Fundación Bitcoin y de RSK Labs, la primera empresa en crear contratos inteligentes sobre la blockchain de Bitcoin.

Las conversaciones comenzaron en el invierno de 2019 y en la primavera floreció el acuerdo: IOVLabs se quedó con Taringa!. "Les interesó la lógica de buscar inversión y casos de uso reales", asegura Botbol.

Según el ejecutivo, "cuando se desarrolla un blockchain es como si fuera un sistema operativo. Taringa puede ser un programa que corra allí".

A falta de cifras oficiales, en el sector afirman que la transacción ascendió a los u$s8 millones, pero Botbol no ratifica ni refuta cifras. Y se burla sobre el rumor de se hayan incluido "tokens" en la operación, es decir, un activo que se puede canjear por monedas, una suerte de versión cripto de las acciones de la Bolsa.

La idea no es descabellada, ya que RIF, el token de IOVLabs, posee una capitalización de mercado de u$s54 millones en el panel de CoinMarketCap, que marcaba u$s46 millones antes de conocerse la operación.

Así, Taringa! habría conseguido menos de un dólar por cada uno de sus 10 millones de visitantes activos mensuales. Menos aún si se tienen en cuenta sus 30 millones de usuarios registrados.

Un precio de "saldo" al leer con el diario del lunes el presente del sitio que fue uno de los 10 más visitados del país y al que Wired definió hace siete años como "una de las redes sociales que opaca a Facebook".

También lo es en comparación con grandes adquisiciones del Silicon Valley: Google pagó u$s48 por cada usuario cuando compró YouTube, mientras que Facebook abonó u$s28 al quedarse con Instagram.

Ya sin el juicio a cuestas, la dinámica de Taringa! cambió. Hernán Botbol está dedicado a su proyecto personal PricePool, un sitio que envía alertas sobre precios en Amazon. Alberto Nakayama, en tanto, dedica tiempo completo a Wiroos, el servicio de hosting de la compañía.

Matías Botbol ahora comanda el nuevo proyecto de Taringa!. Sueña con repartir ganancias y ofrecer una billetera de monedas propia. La red social, además, será una comunidad autorregulada y autosustentable en base a la blockchain. Una suerte de experimento social, político y económico basado en la nueva gran revolución que se viene.

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