Cuando, en Fleni o en el Hospital Alemán, el software desarrollado por Entelai es capaz de analizar automáticamente las resonancias magnéticas del cerebro, puede calcular la cantidad, tamaño y crecimiento de lesiones o incluso la tasa de atrofia en pacientes con esclerosis múltiple; u obtener diagnósticos no sólo más precisos y en menor tiempo que la entrenada visión de los médicos, sino inéditos antes de su adopción, la reacción no puede ser más que exclamativa.

Si, en Swiss Medical, el asistente virtual impulsado con inteligencia artificial (IA) de la empresa creada por Mauricio Farez y Diego Fernández Slezak en 2017 -que levantó inversiones de capital por u$s1 millón de dólares y cuenta con oficinas en Buenos Aires, San Pablo y Santiago de Chile- arriba a la conclusión correcta en concordancia con los médicos en un 99% de los casos, lo mismo.

Cuando el mercado mundial de las herramientas de IA aplicadas a la salud se valora entre 14.000 millones y 20.000 millones de dólares y se espera que crezca hasta los u$s164.000 millones o los u$s187.000 millones para fines de esta década, según datos de Fortune Business Insights y Statistas, otro tanto.

Pero, especialmente y ya en otra escala, si se considera la forma en que los chatbots basados en modelos de lenguaje de gran tamaño (ChatGPT, Copilot, LLaMA o Bard) sortean errores o sesgos y se acercan a premisas verdaderas, o que el programa AlphaFold lidia con lo invisible, lo impalpable y lo inimaginable, y predice la estructura de nuevas proteínas de las que se puede esperar que discrimine entre posibles fármacos, el asombro se vuelve interrogante.

Inteligencia artificial: ¿es un peligro para la humanidad?

¿Estamos ya a la sombra de tecnologías que sólo perpetrarán con infalible precisión más que todo lo que hemos realizado con nuestra inexactitud descuidada? ¿O de entes que nos dejarán sin trabajo, nos trascenderán y eventual y finalmente reemplazarán, como alertó aterradoramente un grupo de 350 ejecutivos, ingenieros e investigadores, incluidos los propios Sam Altman, de OpenAI; Demis Hassabis, de Google DeepMind, y Kevin Scott, de Microsoft, junto con Bill Gates, Ray Kurzweill o Vitalik Buterin, cuando propusieron como "una prioridad mundial" la necesidad de "mitigar el riesgo de extinción (para la humanidad) de la IA"?

Desde su asoleada oficina del Cero Infinito, el high tech diseñado por Viñoly para la Ciudad Universitaria porteña, Diego Fernández Slezak, que no es optimista cuando piensa ya en el presente y más en el futuro próximo de la inversión del Estado en el capital humano necesario para un área que considera estratégica, sí lo es respecto del curso de la inteligencia artificial hasta ahora.

Según el experto, la humanidad supo reinventarse luego de cada revolución industrial

"Siempre nos hemos adaptado a las revoluciones industriales. Hay que prestarle atención, pero no me parece que se pueda predecir una catástrofe", subraya.

Confía en que, en algún período en ciernes, nuestro entorno será mejor, una esperanza honrosa, y trata de mantenerse en buen estado de ánimo con la seguridad de que el desarrollo de la IA "contribuirá a resolver cada vez más problemas inteligentes".

Pero neutraliza el alivio, extendiéndolo a un área demasiado grande del trabajo humano. "La inteligencia artificial generativa expande cada vez más su frontera y no sólo va a ofrecer la posibilidad de reemplazar la gran mayoría de las tareas que se puede medir por su eficiencia, precisión y costo, sino también las creativas. Pero elegir qué labores va a ser una responsabilidad humana", pone en la balanza.

Con otras palabras, insiste en la tesis del alumbramiento de energías y procesos de pensamiento más agudamente refinados, que ocuparán los cuerpos y las mentes liberados de los trabajos más toscos. Podría afirmar, incluso, como lo dio a entender la Organización Internacional del Trabajo en su informe "Generative AI and Jobs: A global analysis of potential effects on job quantity and quality", que, lejos de condenar a la humanidad al desempleo, estos fenómenos demandarían de varias generaciones de conocimientos para extinguir la reserva de labores que dejarían abierta.

Pero, más inmediatamente que en el largo plazo, cuando estaremos todos muertos, brotan las incertidumbres sobre la transición, no sea que los arcaicos tipos de trabajo resulten íntegramente abolidos mientras los hombres y mujeres todavía no somos competentes para los más nuevos. "El principal desafío es cómo se llevará a cabo el reentrenamiento de personas cuyas tareas obviamente vayan a ser reemplazadas", enuncia.

Precisamente, podría argüirse, es la debilidad de los procesos de enseñanza y los sistemas educativos la que permite sospechar acerca de la viabilidad de ciertas metas al respecto y de que los resultados no cumplan las expectativas; porque incluso hoy, continuamente tenemos que sorprendernos con el derrumbe no sólo de la Argentina sino de América latina, con relación a los países integrantes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), en el informe del Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes, mejor conocido como PISA, acerca del aprendizaje de lengua y matemática.

"Si miramos las estadísticas, estamos infinitamente peor. Pero cualquier investigador con un buen doctorado aquí es de primera calidad mundial y puede competir con la élite educativa de los países desarrollados. El capital humano de la Argentina sigue siendo monstruoso. El problema es cómo hace el Estado para llegar a la mayoría", concede.

Como consecuencia, siente la responsabilidad de militar contra lo que denomina "oscurantismo tecnológico", es decir asume el compromiso de ayudar al entendimiento de los conceptos que sustentan las tecnologías, mediante la enseñanza y la divulgación.

"Por ejemplo, ChatGPT no es un buscador, sino una herramienta de conversación que genera texto cuya fiabilidad no puede garantizar", explica. Por lo tanto, cabría acotar, tal vez sería más razonable emplearlo en la producción de poemas épicos antes que de arengas parlamentarias o conclusiones de trabajos prácticos, como insiste ante sus alumnos.

Pero todas estas circunstancias, desde su punto de vista, "también abren la discusión sobre la reconversión ya no de la gente, sino la que lleve a cabo cada Estado de cada país, como parte de la regulación del desarrollo de la inteligencia artificial".

Podría de esta manera circunscribirse la maravilla de la IA a una especie de instrumento, sólo que incomparablemente más poderoso y sutil, que, obedeciendo los mandatos de nuestra conciencia, utilicemos para conseguir un dominio cada vez mayor acerca de todo, de lo indeciblemente grande a lo imperceptiblemente pequeño, a su juicio.

Y la única diferencia con cada nueva innovación desarrollada a lo largo de la historia, que exigió un novedoso recurso de destreza para erigirla, flamantes dispositivos para nutrirla con insumos o entradas y, con frecuencia, facultades más sagaces para prestar atención a sus registros o desempeños, todo a fin de potenciar nuestras capacidades físicas, residiría en que la IA lo hace con el pensamiento.

Inteligencia artificial: ¿cómo será el futuro?

No está seguro, por el contrario, de que el cambio de paradigma radique en que, como se ha oído afirmar, la propia IA en última instancia evolucione en sí misma y se autoperfeccione con cada vez menos intervención humana o sin ella.

No sólo hasta que pueda hacer todo el trabajo mejor que nosotros, sino hasta conseguir la posibilidad de una gran ventaja, si se considera toda labor con la exclusiva y ridícula estimación de la eficacia, como lo sería desterrar las conciencias que provocan conflictos justificadamente o chillan irrelevantemente, o, en su defecto, los valores a los que todavía algunos otorgamos rango superior.

Naturalmente, en este caso, parece menos fácil para un científico que para un lego imaginarse a sí mismo y a sus semejantes trascendidos, superados o prescindidos, y facilitando el paso a un tipo de entidad muy diferente.

Si cada nueva combinación proyecta una luz diferente en el camino del descubrimiento y pone en juego más condiciones de las que su inventario vaticinaba, hasta adquirir poderes tan eminentes, ¿no podría inducir, al final, a un proceso de selección natural, incluso como secuela inesperada?

Y en él, la especie más endeble, incluso degradada por la demanda cada vez menor de sus energías, ¿no sufriría como lo hacen todas las existencias menos adaptadas ante las más aptas?

Es probable que Diego Fernández Slezak, cofundador de Entelai y director ejecutivo del Centro Interinstitucional de Ciencias de Datos de la UBA y la ahora Subsecretaría de Ciencia y Tecnología, no crea en el destino y tal vez considere absurdas este tipo de suposiciones y las premisas de las que parten, que quizá sólo aniden en las fantasías melancólicas de los entusiastas de espectáculos de ciencia ficción.

Diego Fernández Slezak cree que no hay riesgo en el corto plazo de una conciencia robótica que decida acabar con el mundo

"Si bien el lanzamiento de ChatGPT, en noviembre de 2022, marcó un quiebre y la posibilidad de que la inteligencia artificial generativa realice cualquier tarea entraña un riesgo de una escala mayor, no veo en el corto plazo que de ahí pueda salir una conciencia robótica que decida acabar con el mundo", son sus palabras.

Aclara, sin embargo y no del todo tranquilizadoramente, que "no hay consenso sobre la definición de conciencia". Tal vez sea un mero desliz de nuestros organismos, lo que podría facultar a las existencias más competentes para su reproducción artificial, incluso si no pudieran simularse algorítmicamente, o bien a tropezar con las propias en la huella de las combinaciones inorgánicas, sin impulso sensible. O quizá pudiera materializarse, idílicamente, en los que tienen poder para herir y no hieren, los que no hacen aquello que pueden demostrar.

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