Durante la pandemia se desató el interés por el Metaverso. Encerrados todos en casa, tener una vida paralela en un espacio virtual e inmersivo no era un mal plan. Fue en ese contexto en el que Mark Zuckerberg cambió en 2021 el nombre a su compañía: Facebook sería ahora Meta porque su gran apuesta iba a ser el metaverso.
Ahora que vivimos desconfinados, y ni se nos exige el barbijo en el transporte público, se acumulan los indicios de que esa realidad virtual no va a ser el enorme negocio que parecía.
Pero ya existían metaversos antes de que Facebook quisiera hacerse con ese negocio: los fabricantes de videojuegos llevan tiempo llevando a sus clientes a entornos fantásticos en los que pueden interactuar con otros avatares.
La película "Nos conocimos en realidad virtual", en HBO Max, está ambientada en uno de esos metaversos, llamado VRChat, y parece una fantasía de dibujos animados. Pero no lo es, sino algo mucho más desconcertante.
"Nos conocimos en realidad virtual"
Se trata de un documental grabado dentro de ese mundo virtual a finales de 2020, que generó interés en el festival de Sundance hace un año y que firma un director veinteañero: el británico Joe Hunting.
VRChat es un juego creado en 2014 para que los usuarios viajen, colocándose un casco con gafas como Oculus, a un universo con estética de manga. También hay una versión de escritorio, menos inmersiva, que no requiere el casco.
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El metaverso se sigue expandiendo en diversos rubros
En lo peor de la pandemia, Joe Hunting se sumergió en ese mundo con su propio avatar y su cámara virtual a retratar a sus gentes. Y cuesta creer que no están actuando, que todos son ciudadanos corrientes que escapan así de la cruda realidad.
Es fácil dejarse llevar por los prejuicios, pensar en que habitan ese lugar frikis, adolescentes aburridos o inadaptados sociales, que esa es la única salida para gente muy solitaria. Hunting quiere desmentir todo eso.
Es por esto que decide mostrar que esa realidad virtual es una realidad, que pasan cosas emocionantes, que la gente logra derrotar a la soledad, hacer buenos amigos e incluso encontrar a su media naranja.
En los espacios de VRChat que recorre la película hay muchas comunidades, pero no están cerradas. Hay un grupo que estudia la lengua de sordos, hay una escuela de danza del vientre, hay gimnasios, hay discotecas y bares donde sirven enormes cervezas que ni emborrachan ni engordan.
Hay fiestas de cumpleaños y se hace la cuenta atrás de Nochevieja al final del infausto año 2020, varias veces según va dando la medianoche en cada zona del mundo. Hay amistades y hay romances en los que fija su cámara virtual el joven Hunting.
La boda que nunca sucede
Entre las historias románticas, las que unen a personas separadas por miles de kilómetros, el cierre de fronteras y por los confinamientos, destacan dos.
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"Nos conocimos en realidad virtual" está ambientada en uno de esos metaversos llamado VRChat
En una, la pareja sueña con conocerse en la vida real: toman un avión, quedan en un aeropuerto muy nerviosos los dos, se abrazan al fin... pero eso también ocurre en la realidad virtual. Es decir, simulan que eso no es una simulación.
En otra, presenciamos los preparativos y la ceremonia de una boda por todo lo alto. Resulta muy emotiva. Pero nos falta el final. Termina el documental y, como no hay un solo plano en el mundo real, no sabes qué fue de esas personas que sentían tales vínculos metidas en sus avatares cuando se levantaron las restricciones por la covid.
¿Quedaron de verdad en un aeropuerto meses después? Y si fue así, viéndose en sus carnes mortales, ¿se gustaron? Los recién casados de VRChat ¿se consideraron casados cuando salieron del juego? ¿Se plantearon casarse de verdad? Dicho de otro modo, ¿es amor el amor del metaverso?