Hace un tiempo que los robots dejaron atrás su particular adolescencia y se convirtieron en algo más que meras comparsas para facilitar las tareas en cadenas de montaje de fábricas de coches y otras industrias. Ya no están en la trastienda y trabajan frente al público. 

No son pocos los que sienten la amenaza de las máquinas, que ya trabajan como mozos de almacén, albañiles, ejercen como botones y recepcionistas de hoteles y son capaces de preparar el café o la copa perfecto tras una barra de bar. 

Todos estos trabajos tienen un denominador común: son empleos de baja cualificación. Manuales y repetitivos. Y son los que más peligro tienen de ser sustituidos, como ya se vio en la revolución industrial del siglo XIX.

Ahora hay un nuevo gremio amenazado por la automatización: el de la comida rápida. Picnic, una 'start up' estadounidense, se ha convertido en uno de los nombres propios del Consumer Electronic Show de Las Vegas (CES) que concluyó hace un par de días. La mayor feria de tecnología del mundo siempre tiene un hueco privilegiado para estos artilugios.

En ese sentido, la novedad ha sido una pizzería que puede preparar nada más y nada menos que 300 pizzas de casi 30 centímetros de diámetro en una hora y que solo necesita una persona para ser gobernada. También puede hacer pedidos familiares, pero a mayor tamaño, menor capacidad productiva.

Este ingenio se ha llevado una notable cuota de protagonismo, a pesar de que no era expositor oficial de la feria. Si el movimiento se demuestra andando, las virtudes de un 'robopizzero' se demuestra haciendo pizzas. Así que han montado un espacio con el que han hecho caja a la hora de la comida (cada porción se cobraba a siete dólares) y de paso mostraban las capacidades de su creación.

En realidad, el invento de Picnic es una cadena de montaje que se ocupa de 'montar' las pizzas y prepararlas con una precisión digna de un buen cirujano.

La receta en cuestión -tamaño y especialidad- se escogen en una tableta situada al comienzo de la cadena de montaje. En el centro, una cinta transportadora lleva la masa a una serie de estaciones en la que se van colocando los diferentes ingredientes, desde la salsa, hasta el queso, el 'pepperoni' o lo que tenga a bien ponerle gracias a una especie de brazo que distribuyen los elementos equitativamente. Es un sistema modular, que se puede ampliar o reducir dependiendo la profundidad de la carta y las combinaciones. Cada bloque tiene capacidad para gestionar seis ingredientes.

Para saber donde tiene que colocar cada trozo, utiliza algoritmos de procesamiento de imagen. Aunque no sea la que da forma a la masa, cuenta con un sistema que es capaz de detectar si la base no está bien ajustada y hacer pequeños retoques en los bordes.

"Es una buena manera de ahorrar materia prima. Cuando se hace manualmente se acaban desperdiciando muchos ingredientes", explican desde la compañía, fundada por Clayton Wood. El factor humano no desaparece. Hay que cargar las masas en el dispensador, lo mismo que la salsa. Obviamente, si uno quiere hacerlo lo más artesanal posible dedicará tiempo a hacer manualmente todos estos elementos.

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