Los bonos basura, también conocidos como bonos de alto rendimiento o "high yield", son instrumentos de deuda emitidos por empresas o gobiernos que presentan una baja calificación crediticia.
Esta categoría se asigna cuando las agencias calificadoras, como Moody’s o Standard & Poor’s, consideran que el emisor tiene un riesgo elevado de incumplimiento.
En otras palabras, estos instrumentos ofrecen una rentabilidad superior a la media como compensación por el mayor riesgo que asume el inversor.
A pesar de su nombre peyorativo, los bonos basura cumplen una función clave en los mercados financieros: permiten a compañías emergentes, en dificultades o con modelos de negocio no tradicionales acceder a financiamiento que de otro modo les sería inaccesible.
Puntualmente para los emisores, representan una vía para obtener liquidez sin tener que recurrir a préstamos bancarios más restrictivos.
En cambio, para los inversores, pueden ser una oportunidad de obtener retornos elevados, siempre que estén dispuestos a tolerar la volatilidad y el riesgo de default.
La inversión en bonos basura no está restringida a grandes fondos institucionales. Cualquier persona puede acceder a ellos a través de plataformas de inversión, brokers o fondos especializados.
Sin embargo, los expertos suelen recomendar que, quienes invierten en este tipo de activos, tengan conocimientos financieros sólidos o cuenten con asesoramiento profesional. Algunos ejemplos de bonos basura se remontan a la pandemia, cuando muchas emisoras se vieron incapacitadas de incumplir los pagos a los inversores; en 2020, algunas de las que entraron en esta categoría fueron:
Ford Motor Company
Occidental Petroleum
Sprint Corporation:
Carnival Corporation
Estos instrumentos suelen formar parte de carteras diversificadas, donde el riesgo se distribuye entre activos más seguros y otros más agresivos.
En algunos casos, los bonos basura pueden ser útiles para inversores que buscan rentabilidad en contextos de tasas bajas, aunque siempre deben ser evaluados con cautela.