Ya hay más dispositivos conectados en el mundo que personas y el Internet de las Cosas (IoT, por sus siglas en inglés) crece y conecta cada vez más rincones de la vida cotidiana. Pero lo que lo hace tan prometedor también lo hace extremadamente vulnerable, tanto en cuestiones de seguridad, como privacidad, complejidad y confianza.

Un informe del Foro Económico Mundial junto a PwC advierte que, en lo que respecta a la gestión de la administración, la red de conexiones (IoT) tiene muchos vacíos legales y la brecha entre los riesgos potenciales que presenta y las estructuras necesarias para mitigarlos es cada vez mayor.

No se trata de algo nuevo: las normas y leyes suelen ir por detrás de los avances tecnológicos, pero cuando una tecnología es tan omnipresente, indispensable -e imparable-, lo que está en juego es mucho más importante.

Primero, en cuanto a la seguridad, el IoT es complejo, con millones de puntos finales de recopilación de datos -algunos con una seguridad endeble- conectados de forma inalámbrica a la nube y controlados por sofisticados programas de software en múltiples jurisdicciones.

Identificar la causa raíz de un ciberataque es difícil debido a la naturaleza descentralizada y dispersa de las redes y no es de extrañar que los "atacantes" se aprovechen de ello.

Por el otro lado, en términos de privacidad, el alcance, el volumen y la confidencialidad de los datos que los seres humanos entregan cada día a los dispositivos es sorprendente.

Como demuestran las altas tasas de crecimiento, los consumidores quieren dispositivos IoT, pero no a costa de su privacidad y seguridad. Casi dos de cada tres consumidores dijeron en una encuesta que la forma en que sus dispositivos conectados recogen datos sobre sus hábitos personales les parece "temible".

A diferencia de Internet, que se basa en un único conjunto de tecnologías de protocolo propio, cada entorno de IoT funciona con sus propios estándares de datos y plataformas.

La complejidad y el coste añadidos que conlleva esta falta de interoperabilidad pueden crear todo tipo de dolores de cabeza: es posible que la propia tecnología en la que confiamos se haya vuelto demasiado compleja para manejarla. Una complejidad que, por su propia naturaleza, genera riesgos.

Por último, la desconfianza de los consumidores es generalizada. El 85% afirma que desearía que hubiera más empresas a las que pudiera confiar sus datos e información.

La preocupación por sistemas de reconocimiento facial, altavoces inteligentes que escuchan sin permiso y otros elementos del monitoreo va en aumento, y a medida que aumente el número de dispositivos IoT, también lo hará la presión sobre las personas para que den su consentimiento a una recopilación de datos cada vez más profunda.

Los individuos quieren algo más que seguridad, quieren tener capacidad de decisión y las empresas están empezando a prestar atención. El mundo del "opt-out" con su impopular práctica de recopilación automática de datos sin consentimiento y el mercado secundario digital que alimenta- puede estar empezando a desaparecer.

Ha llegado el momento de pasar de una mentalidad centrada en el mero cumplimiento de la normativa a una mentalidad centrada en el ser humano bajo el lema de "hacer cosas buenas con los datos".

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