Si bien las criptodivisas aún no son de uso masivo, y mayoritariamente son utilizadas por los aficionados a la tecnología, la realidad muestra que a 10 años de su nacimiento, cada vez son más las transacciones que se realizan con esta moneda y la empresas que la aceptan como forma de pago. 

El origen de este desarrollo fue lograr un registro de información inalterable distribuido donde no exista un único agente central encargado del registro y validación de éste.

El anonimato y la falta de necesidad de una autoridad que centralice y garantice la validez de las transacciones son sin dudas sus principales ventajas.

Como la tenencia de criptomonedas y transacciones en redes como bitcoin son anónimas, es imposible para los Estados controlar y exigir la tributación por transacciones y tenencia de activos monetarios. Ni tampoco para las instituciones bancarias.

De esta manera, la dificultad de monitorear lo que ocurre en las criptomonedas ofrece la posibilidad de utilizarlas para el pago de operaciones fraudulentas o ilícitas.

Monero, la principal protagonista de los secuestros

Monero es una de las criptodivisas que sobresale del resto en lo que se refiere a la privacidad.

Se trata de una criptomoneda similar a Bitcoin pero que las transacciones online que se realizan utilizando esta moneda no son rastreables. Esto permite proteger el anonimato y la privacidad de los usuarios: no se sabe quíen hace la transferencia ni qué sumas se transfieren.

Esto se debe al diseño de Monero. Las transacciones quedan cifradas y son imposibles de rastrear, convirtiéndose en la moneda más utilizada en los pedidos de dinero por algún caso de secuestro.

Un caso reciente de secuestro

La policía de Noruega confirmó esta semana que Anne-Elisabeth Hagen, la esposa de un conocido millonario de ese país, se encuentra secuestrada desde hace dos meses.

Según indicaron las autoridades, los supuestos captores pidieron un rescate en criptomonedas para liberarla. La policía considera que los captores son criminales profesionales.

Los presuntos secuestradores se han comunicado durante estos dos meses con la familia de Hagen a través de una plataforma digital. Ann-Elisabeth Hagen, de 68 años, está casada con Tom Hagen, un inversor inmobiliario noruego que también controla una de las principales firmas eléctricas de Noruega. Hagen es la 172ª fortuna noruega, según la revista económica Kapital.

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